miércoles, 22 de abril de 2009

Entre el “glamour” y la lujuria (o la mujer que no existió)


Tamara de Lempicka es uno de esos grandes artistas desconocidos. Creada por sí misma, fue víctima de su propia mentira. Mentira sobre su vida, mentira sobre su obra, mentira sobre su verdadera pasión.

Polaca nacida en los últimos años del siglo XIX, supo aprovechar su belleza y su condición de mujer, su bisexualidad y su “aristócrata educación” para obtener siempre beneficio. Fue un mito que se fue convirtiendo en leyenda, o una leyenda surgida del propio mito que ella creó, fomentó y elevó a su máxima expresión. Amo a cuantos hombres y mujeres quiso, tanto en los más ebúrneos palacios como en los más decrépitos antros. Sin embargo, fue su obra la que convirtió a esta artista, probablemente, en la más clara representación del “Art decó”, tanto en su etapa parisina, como en su etapa estadounidense. La nobleza decadente y la diletante burguesía advenediza competían para ser retratados por ella.

La decadencia de este movimiento, que se desarrolló en la época de entreguerras, coincidió con la austeridad impuesta en el mundo tras la II guerra mundial, y con esa decadencia vino también la de Tamara de Lempicka, que de ser la retratista oficial del glamour y de la “very important people” del momento, se refugió en México tras unas aproximaciones sin éxito a la abstracción y al surrealismo.


La obra de Tamara de Lempicka, siempre alejada de la realidad social, y encerrada dentro de la urbe y la vida “palaciega” y nobiliaria, no carece de expresividad en los retratos, de marcada sensualidad, de alejamiento etéreo de los personajes. A medio camino entre el manierismo de Bronzino y el cubismo de André Lothe, sus miradas lánguidas, sus poses abandonadas a la molicie y la vida desahogada, nos traen el deseo del triunfo social, de la vorágine y el desenfreno de esa vida “plena” de los felices años 20. Pero también nos hace ver que ciega y vacía estaba su pintura de realidad social, de compromiso, de sentimiento por la función y el objeto de la pintura. La pintura nunca fue el objetivo, sino el medio, el camino para conseguir su propósito: la escalada y el éxito social, el reconocimiento y una vida desahogada que le permitiera disfrutar a tope de sus excesos y sus caprichos.

Y sin embargo, me encanta esta pintora. Ella y su obra.

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