domingo, 28 de febrero de 2010

Una semana en Nueva York (III) (o Verde como la albahaca)

Central Park no es sólo un parque. Es una isla dentro de la isla. Es una isla de naturaleza fingida, aunque tan natural que parece de verdad.

Caminar por Central Park es pasear por el corazón de una ciudad que se gusta a sí misma, que se quiere a sí misma, y que más allá de sus orígenes portuarios, quiso crear entorno a este espacio el núcleo articulador de una urbe para vivir, con mejor o peor resultado, pero que dota a Nueva York de un diamante en bruto que la singulariza y la define.

Desde que a mediados del siglo XIX F. Law Olmsted y Calvert Vaux incorporaron a su imaginario urbanístico la creación de un gran parque público, Central Park ha ido creciendo, no en extensión, pero si en capacidad recreativa, cultural y deportiva, y los neoyorquinos saben apreciar y explotar este espacio y sus virtudes, y por ende, muestran todo su respeto por su conservación y mantenimiento.

Central Park con sus rincones románticos, con sus instalaciones deportivas, con sus espacios lúdicos y culturales es un paréntesis de sosiego y de introspección que nos reconcilia con la acelerada y bulliciosa ciudad que lo rodea, y que no siempre se muestra todo lo acogedora que de ella se espera para el ciudadano y para el que la visita.

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