miércoles, 3 de marzo de 2010

Una semana en Nueva York (IV) (o El símbolo de un imperio)

Desde el 11 de septiembre de 2001, el Empire State Building volvió a ser el edificio más alto de Nueva York, pero esto casi todo el mundo lo sabe, y hasta no hace muchos años fue el edificio más alto del mundo. Subir para ver la ciudad desde los pisos más altos es querer abarcar con la mirada una ciudad inabarcable.


Es una de las visitas obligadas para el visitante, y sus ascensores meteóricos ayudan en esa aventura. Pero, pese a esa velocidad de ascenso, nadie lo consigue en menos de una hora, largas filas de visitantes obligan a una larga espera, pensando que el final tendrá su recompensa.


El Empire State nos permite ver la ciudad a vista de pájaro, y la visión de esa ciudad desde las alturas, nos descubre una urbe que crece más allá de la isla saturada de cemento, de rascacielos minúsculos llenos de luz, donde las personas están, pero carecen de sentido desde esa distancia. El Empire State no está hecho a la medida del hombre, sino a la medida de los dioses paganos del imperio, como símbolo del “new deal” rooseveltiano. En pleno desarrollo de la Gran Depresión, los neoyorquinos trataron de tocar el cielo ascendiendo desde los infiernos.
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Hoy en día, el que fuera edificio más alto del mundo, es un lugar de culto trasnochado para los visitantes de Nueva York, ávidos de iconos y símbolos del poder, la cultura y la apariencia, meramente formal, del imperio yanqui decadente (algo así como el Coliseo para el imperio romano, o las pirámides para los egipcios). Pero, eso sí, que nadie se pierda su visita.

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