lunes, 8 de marzo de 2010

Una semana en Nueva York (VI) (o La humildad como antídoto)

Si antes de 2001, el World Trade Center con sus torres gemelas, eran una visita obligada para contemplar la ciudad desde su cúspide, ahora lo sigue siendo. El 11 de septiembre de 2001, Nueva York y todos los Estados Unidos, sufrieron uno de sus días más aciagos.
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Siempre se ha hablado de la existencia de gigantes con pies de barro, grandes colosos que, sin embargo, sucumben a la tragedia. Las torres gemelas eran uno de los símbolos más paradigmáticos de nuestra civilización, era el caldero donde se cocía el devenir de países, de empresas, de personas de todo el mundo. Probablemente, no con nombres ni apellidos, pero sí como números dentro de porcentajes y sumas y restas... más sumas que restas.
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Pero el 11 de septiembre de 2001, el país acostumbrado a dar sin recibir, acostumbrado a llevar sus guerras siempre fuera de sus fronteras, a no mancillar sus ciudades, sus calles, sus gentes con el olor de la guerra y la desolación. El país que siempre buscó terceros países en los que ejercitar su armamento, su estrategia bélica, su orgullo patrio, fue sacudido por sus enemigos donde más duele, en el centro de la ciudad de Nueva York, en el corazón del imperio.


Ahora, la Zona Cero, se ha convertido en un inmenso mausoleo donde los neoyorquinos y todo el país llora y honra a sus caídos. No fueron soldados al uso, ni los tan recurridos marines americanos, sino ciudadanos de a pie, policías y bomberos los que quedaron sepultados por el descomunal derrumbe de los dos colosos, y con ellos, se derrumbó la autosuficiencia y la tranquilidad para todo un inmenso país. El proyecto para conmemorar la tragedia ya está en marcha, y como ave fénix, se levantará de sus cenizas, algo más comedido, un nuevo World Trade Center.

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